BIO
Sophia Blea Nuñez is a queer, Chicana/x academic who researches our queer ancestors and the relationship between bodies and books in sixteenth- and seventeenth-century Spain. Nuñez earned a PhD in Spanish and Portuguese from Princeton University. Sophia is currently based in Los Angeles, California.
Delousing
para mi bisabuelo don Jesús Nuñez,
que decía que trabajaría como un burro
para que sus hijos asistieran a la escuela
It is the late nineties,
and I am eight or nine years old,
sitting at the edge of my parents’ bed
as my mother runs a nit-picking comb
through long, dark brown, flyaway hair
still wet from the scrub with tea tree oil and RID lice shampoo.
Soon my sister’s and my shared wardrobe
will be run through the wash,
bedding stripped, and toys stored
(the injustice!) in plastic bins
and garbage bags for a month.
“It must be Shelby’s fault,” I thought,
but it could have been anyone
at our elementary school in Eugene, Oregon.
Nothing for it but to decontaminate the house.
It is 1956 or 1926 or 1917,
and Mexicans are herded
through winding border lines to strip,
shower in chemicals, submit
to scrutiny, and have belongings fumigated
and shrunk by industrial dryers.
At the Santa Fe bridge between El Paso and Juárez
there will be a riot in 1917
amid rumors of women being photographed nude,
and history books will call it a failure.
The biopolitical rhetoric of sanitation
and dehumanizing “baths” along the border
would continue until the 1950s.
Well past the time my bisabuelos crossed
from México to the southwest United States.
It is the spring of 2018,
and protests erupt even at Princeton,
where we study the Inquisition, 1968,
or insurgency and counter-insurgency,
learning what separates our investigaciones from being investigated,
a classroom activity from a disruption.
On a whim I will attend a lunch talk
about the 1917 Bath Riots
and sit transfixed and horrified
by what I never learned in AP US History.
On my abuelo’s birthday card,
I add a P.S. asking if they heard of it.
“You know your great-grandpa Jesús?
When he came from México they deloused him.
He never said anything more about it.”
Elocuencia/Eloquence
Cuando te dicen que hablas muy bien
it doesn’t feel like a compliment.
The feeling you bury before answering
is either rabia o pena.
“¡Claro que hablo bien el español”, piensas,
“I’ve got a puto doctorado in it!
¿Pensaban que hablaría mal?
Y mientras el inglés es mi primer idioma,
el español es la lengua de mi familia también,
the one my parents only understand,
la que se les castigaba a mis abuelos
por hablar en la escuela”.
It doesn’t feel like a compliment,
pero les miras medio perpleja
a los well-meaning latinoamericanos,
españoles, mexicanos del otro lado—
colegas, vecinos, profesores, feligreses—
and wonder if they’re deeming you latina enough
or picturing you in a middle school classroom
with a bunch of gabachos singing “De colores”
and reciting verb conjugations.
O acaso imaginan que tu familia
haya esquivado esa swallowing one’s tongue
y se contentan de pensar que a lo mejor
sus nietos y bisnietos logren mantenerla también.
Or perhaps they praise you
por hablar un español académico y no caló.
Pero no les dices nada de eso.
Te tragas la melancolía generacional
y les dices, “Gracias”.
“If I were gringa”, piensas,
“I might be happy to hear this”.
Pero no deseas agringarte.
Y sabes que no solo pasa en español
sino que for people of color
“eloquent” is a bouquet of wilted dandelions:
“Congratulations! You beat our low expectations.
You’re not like the others”—
los otros, cuya voz, tierra, labor
arrancaron con mayor eficacia.
One day after talking con tus abuelos por teléfono,
los oyes decir (pensando que ya has colgado),
“She speaks Spanish so well”.
“Better than us”,
y te duele tanto que
you wish you had hung up already.
Casi les dices que quieres hablar como ellos,
quieres decir que se jue y que trujeron
sin temer que te corrijan los colegas,
quieres cocinar tus calabacitas
without checking a dictionary
after your housemate española dice calabacines,
preguntándote si acaso has confundido
the vegetable with the dish your whole life.
Quieres decirles que la lengua
que no pudieron robarles es más bella
que a thousand Garcilasos, Sor Juanas and Cervantes,
que si hablas como los libros
nomás es porque pasas tanto tiempo con ellos,
que you yearn to leave the frigid north
and let your voice find its way home
to their warm, slow music.
Incluso quieres decirles que sometimes you wonder
what indigenous tongues were torn
from our ancestors’ lips first
y que sabes que hablar bien el español
no te hace más xicana que otros primos.
Quieres decirles muchas cosas,
but you hang up
y escribes este poema.
¡Socorro!
¡Socorro!
Tras ducharse con su champú
y mi acondicionador
se ha vestido con una blusa blanca delicada,
rebeca negra, mallas y botas de montaña.
¡Socorro!
Su amistad y sus manos elocuentes
fueron el viento
que derribó la puerta del armario
en que no sabía que estaba.
¡Socorro!
Con apenas las palabras
“idea estúpida”, crucé la calle
y comencé a imaginarla
una noche suave de septiembre.
¡Socorro!
Contemplo su boca
desde la fiesta en que no la besé
cuando anunció que estaba soltera
por no hacerme la marimacho agresiva.
¡Socorro!
Busco su pueblo en un mapa
y consulto el número de seguimiento
de la caja de cartas y flores
cada otro día.
¡Socorro!
Fascinada, la escuchaba
describir su arte feminista
y estupefacta, sus citas fracasadas
con los hombres de Tinder.
¡Socorro!
Su voz cálida y musical
me calienta más
que dos tazas de té
mientras se acerca el invierno.
¡Socorro!
¿Desde cuándo soy
una romántica empedernida
y no una escritora
de poemas anti-amor?
¡Socorro!
Cuando se va
Cuando se va,
te quedas con pequeños moretones
de los muebles y cajas
que cargaban juntas
y con el orgullo de haber sido útil,
caballeresca, fuerte
a pesar de tu baja estatura.
Cuando se va,
te quedas con dos cajas
de bolsitas de té
que tomas por la mañana
pensando en ella,
el mar y la política
que mantienen su isla distante.
Cuando se va,
te quedas con todos
los productos de limpieza,
aceites, lociones, lágrimas
y otros líquidos
que no se pueden
guardar en un contenedor
de Uhaul.
Cuando se va,
te quedas tan cansada
y melancólica
que te acuestas más temprano
que los niños
del cuarto de al lado
por tres días seguidos.
Cuando se va,
te quedas con las cartas
que le escribiste—
casi todas—
e intentas verlo
como un regalo
y no un rechazo
de tus palabras preciosas.
Cuando se va,
te quedas con su mitad
de la estantería compartida
y comienzas a rellenarla
como si los libros acaso
pudieran compensar
su ausencia.
Cuando se va,
te quedas pendiente
y llena de esperanza imprudente
de su claridad
y los sistemas de correo
de dos países.
Cuando se va,
te quedas perpleja
preguntándote si eres
tan generosa como dicen
o es que sin quererlo
te enamoraste.
Cuando se va,
te quedas sin la mesa
que le prestaste
porque sus compañerxs de casa
la botaron cuando se mudaron
en vez de devolvértela
y ya viste las sillas
en el jardín de otro vecino.
Cuando se va—
cuando se van—
te quedas con su suéter,
con un tupperware
de gusanos de goma,
con el pin de una concha
que le regalaste en broma,
con al menos dos abrelatas,
con un cariño
por los acentos norteños.
Cuando se va,
te quedas,
esta vez.
Antes eras la
que se iba.